Nadie se merece el calvario de tener que salir a trabajar los fines de semana. Los sábados y domingos, como para todos los godínez con trabajo de tiempo completo, son sagrados para mí. Son los días en los que puedo descansar, estar con mi familia, escribir, leer, grabar contenido… la lista sigue. Se podría sentir que entro a ese mi segundo trabajo, el que más me gusta. Cuido mucho mi tiempo, sobre todo en esos dos días. Cuarenta y ocho horas donde vuelvo a sentir que hago lo que quiero y no lo que debo.
Sin embargo, a veces una tiene la mala suerte de trabajar en puestos que te exigen también horas de esos días libres. Este fin de semana lo empecé con el pie izquierdo en ese sentido. El Día de Muertos está a la vuelta de la esquina. Mérida, siendo un lugar profundamente tradicional y lleno de creencias antiguas, comienza a tener celebraciones propias del Hanal Pixan. Días donde se vuelve finito el velo que divide al más allá y a la tierra de los vivos. Como buen medio de comunicación, mi jefe me requirió para salir a grabar el paseo de las infancias por día de muertos de mi colonia.
“Son tomas rápidas. No te va a llevar mucho tiempo. Graba a los negocios, los niños… En fin, que se sienta el espíritu de las fiestas. Tú eres muy buena para eso.”
Mi primera reacción fue querer poner los ojos en blanco. ¿En serio voy a tener que salir a grabar a niños mientras pide dulces? Tuve ganas de decirle: “Tengo mejores cosas qué hacer. Tengo un libro que entregar y quiero descansar del fin de semana”. Claro que no le dije nada de eso. La realidad es que no me encontraba en una posición para decir que no. Sería demasiado mal agradecida si no salía al quite para levantar el material. Total que algo no le falló y es que sí soy buena para captar momentos.
Así que desde el viernes antes de dormir, como usualmente lo hago con cosas que no quiero hacer pero debo, empecé a mentalizarme. No me iba a tomar más de una hora y el evento estaba cerca de mi casa. Mi calendario de entrega, que sigo como brújula para no perderme, no se alteraría en lo más mínimo si salía una hora. Cuando me levanté, hice todo mi día teniendo como recordatorio que tenía que cumplir con ese compromiso. Me dio coraje tener que detener mi sesión de escritura para ir a grabar. Ya me estaba metiendo en la escena cuando dieron las seis y media, la hora en la que tenía que salir.
Me puse un short, una playera con el logo del medio, unas chanclas, mi bolsa y mi cámara. Revisé que me viera decente. Total, en la oscuridad nadie se iba a fijar en mí. A regañadientes, salí de mi casa y comencé a manejar hacia la ubicación.
El evento era un recorrido por diferentes casas y negocios del fraccionamiento que buscaban darle una bonita experiencia a las familias. Empezaban desde el este hasta el oeste, cruzando por la mayoría de las avenidas principales que dividen las secciones del enorme fraccionamiento. Cuando salí ya era de noche y conforme me fui acercando a la zona con más afluencia de gente, pude sentir que no me la iba a pasar mal. Sería de esos trabajos que se sufren y disfruten.
Me estacioné y comencé a caminar para unirme con las numerosas familias que iban disfrazadas. Todos nos dirigimos hacia el punto de reunión. Comencé a fijarme en los disfraces: Máscaras, faldas de tul, pelucas, rostros pintados… Había de todo. Las infancias caminaban de la mano de sus papás, con sonrisas en el rostro y bolsas vacías que estarían llenas de dulces para cuando regresen a sus casas.
Fue imposible no empezar a divertirme. Los dueños de los locales estaban disfrazados y eran amables. Tímidamente me acercaba a pedirles permiso para grabar, explicarles un poco sobre mi labor y ellos contentos me concedían el sí. Grabé a los niños tomando dulces, la decoración en la que los negocios habían invertido para llamar la atención. Algunas taquerías incluso tenían animadores y encargados de hacer que los posibles clientes entren con ellos. Había algarabía a donde sea que yo mirara.
Para ser Mérida, la noche se sentía fresca. El usual calor nocturno dio paso a uno con humedad, algo que para el sureste es la traducción de “fresco”. Ni tan caliente ni frío. La palabra “tibio” no existe aquí. Sin quererlo, comencé a notar que había una sonrisa en mi rostro. Que disfrutaba de ver la alegría de los demás niños. Como posaban para las fotos que sus papás tomaban. La forma en la que sus bracitos se extendían para recibir las bolsas con dulces. Cómo iban a presumirle a sus papás, otros a sus hermanos, quien comenzaba a llenar sus bolsas. De los restaurantes se escuchaba “Thriller” de Michael Jackson y “Somebody 's watching me” de Rockwell. Debí haber escuchado esas dos canciones al menos tres veces de diferentes lugares y carros.
Por un momento, mientras grababa a las personas, me pregunté cómo se sentiría ser a la que están grabando. Alguien con una familia propia. Con unos hijos y un esposo. ¿Cómo iríamos vestidos? Probablemente los tres hubiéramos ido a juego como aquella pareja que acabo de ver en Tik Tok. El papá y la mamá van de apicultores mientras que en sus brazos hay un bebé como de cinco meses que lleva un mameluco de abeja. Nunca me detengo tanto tiempo a pensar si quiero ser madre y en momentos como estos, donde veo a parejas tal vez cinco años mayores que yo con un bebé en brazos, la balanza se inclina bastante a un sí.
Por estar fantaseando con el futuro me distraje y terminé en una calle donde las casas ya no estaban tan decoradas. Poca gente iba caminando en dirección contraria, hacia la música y los dulces.
Tenía que dar media vuelta y regresar por donde vine. Iba pasando por uno de los negocios más atractivos de la avenida cuando la sentí. A mi lado había una pequeña niña. Desde mi altura, podía ver que tenía dos coletas. Ella usaba un vestido de princesa y de su manita colgaba una calabaza de plástico vacía. No pude verle el rostro porque había demasiada gente. Ella veía hacia el frente. La emoción se veía en cómo movía su cuerpo como todos los demás niños a su alrededor.
Frente a mí había dos perritos disfrazados. Uno tenía vestido y el otro tenía un traje de buzzlight year. La niña a mi lado aplaudía y dio unos pequeños saltos emocionada. Los demás pequeños imitaban su reacción. Unos gritaban y otros le decían a su madre “Mira, mira mami”. Por mi parte, yo alcancé a grabarlos mientras posaban para las cámaras al lado de los dueños que los miraban con amor.
Seguí avanzando y noté que la niña aún seguía caminando a mi lado. ¿Dónde están sus papás? ¿Será que necesita ayuda? A lo mejor ellos van detrás de ella cuidándola. Recordé aquella pequeña libertad simulada que los míos me daban al dejarme caminar unos cuantos pasos frente a ellos cuando llegué a la suficiente edad para fijarme en mi camino. Seguro los de ella hacían lo mismo.
Era curioso. Cuando yo me detenía, ella lo hacía también. Dejé de intentar verle el rostro y solo acepté su presencia. Quizás le da curiosidad la cámara que llevo en el pecho y lo que hago para trabajar. Otro niño le había dicho a otro “mira, que bonita cámara tiene la muchacha”. Yo solo fingí tomarles una foto donde los dos sacaron la lengua e hicieron muecas a mi lente.
Ambas seguimos caminando entre luces y figuras inflables de halloween que servían como una guía a seguir. Caminé y caminé hasta que las calles se comenzaron a vaciar. La gente de nuevo comenzaba a caminar en dirección contraria. A unos cuantos pasos vi mi coche estacionado. Caminé hacia él cuando me di cuenta de que algo me hacía falta.
A la distancia, pude ver su silueta. Estaba parada justo en la última casa decorada. Desde donde estaba, que no era muy lejos, podía ver que su calabacita estaba llena de dulces. Un carro iba pasando y con sus luces, se le iluminó la cara a la niña y fue cuando la vi.
Una sensación cálida me llenó el pecho y me dieron ganas de llorar. Claro que la conocía. ¿Cómo podría olvidarla? Tenía las mejillas redondas y los ojos le brillaban bien bonito. Una sonrisa suave se le dibujaba en el rostro. Reconocí el pequeño lunar que tiene en su mejilla izquierda, el mismo que mi abuela me había heredado a mí. También alcancé a ver la cicatriz que lleva en la barbilla que solo es perceptible para los que saben de ella. La misma que yo tengo por haberme caído de la hamaca cuando era pequeña.
Me di cuenta que toda la noche había llevado aquella versión mía, la que veía todo con ojos cristalinos y curiosos de la mano. Esa chiquita que disfruta de caminar, que le gustaba pedir paletas Gudu Pop porque son sus favoritas. Disfruté tanto de lo que veía a mi alrededor, de los sonidos, las risas, el mirar a las infancias como un reflejo de la mía, que aquella emergió de mí. Ella sintió el llamado y quiso salir a pedir calabacita también. Nadie la vio pero yo la reconocí.
Con un gesto pequeño en la mano se despidió de mí. Yo me puse la mano en el corazón. Le lancé un beso que ella recibió con su mano libre. Un parpadeo después y ya se había ido. Un fantasma de la niña que fui y que aún se aparecía de vez en cuando.
Manejé de regreso a casa con una sonrisa. Escuché canciones que a las dos nos gustan. Buscando más diversión, paré en la tiendita de la esquina y me compré unas palomitas junto con una coca cola light. Una noche de pelis que sé que le dará gusto.
Cuando el día terminó y yo ya estaba en cama a punto de dormir, puse de nuevo la mano en el corazón y le susurré:
Siempre es un gusto saludarte de nuevo, chiquita. Ven a verme más seguido. Te cuida y te ama, Mich.
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¡Holaaa!
No puedo creer que pasó exactamente un mes desde la última vez que publiqué por aquí. Han pasado demasiadas cosas y todas se resumen en: Estoy encerrada en una casa cerca de árboles que son testigos de la chamba que ando haciendo para terminar mi primera novela.
Ha sido un mes muy estresante. De alguna forma las cosas están avanzando junto con mis esfuerzos pero aquí seguimos siempre. Quise escribirles este texto breve sobre una experiencia breve que tuve donde conecté con mi niña interior en una situación bastante improbable. Se sintió hermoso reconocerla.
Se puede decir que este tuit en X me inspiró lo suficiente para escribirles lo lindo que fue ver a mi niña interior feliz.
Como siempre, muchas gracias por leerme. Espero volver a saludarte pronto.
Te quiere, Mich.
(Si te gusta mi contenido, conectemos en otros lugares) ❤️
Me gusto bastante, hay una manera que tienes de escribir que te hace sentir cerca del lugar, imaginando todo.
Cuánta magia en tus palabras, Mich. Admiro mucho tu forma de escribir 🫶🏻 no sé por qué lloré con este post, tal vez el sentimiento de recordar también esa niña dentro de mí que a veces puedo olvidar que existe 🥹.