Quiero darle un hogar a mis libros
Un texto sobre los cambios y mi necesidad de permanencia
“Yo me he mudado más de quince veces en toda mi vida”
Recuerdo haber estado en la cocina con mi mamá y mis hermanas mayores la primera vez que soltó ese dato sobre ella. Yo tenía tal vez unos diez u once años. En ese momento no entendía por qué era un número elevado ni por qué ella usó un tono orgulloso al decirlo. Mi mamá estaba en algún año de sus cuarentas, casi cincuentas. Era lógico que la vida la hubiese llevado a diferentes lugares a lo largo de su juventud hasta que por fin mi papá y ella construyeran esa casa que me vio de niña y de adolescente.
No sabía del dinero, esfuerzo y cansancio que hubo detrás de crear un hogar donde mis hermanas y yo pudiéramos vivir. No tenía ni idea de lo profundo y doloroso que puede ser dejar atrás esos espacios anteriores. ¿Cómo le hizo mi mamá para crear quince hogares?
De niña un hogar significa estar con tu familia en donde sea que estés. No hay ciencia detrás de ello ni muchos otros significados. El mundo aún es pequeño. Cuando mi papá y mi mamá se separaron, el concepto de hogar cambió. Lo mismo ocurrió cuando a los dieciocho años me fui de casa para estudiar a cientos de kilómetros del mar de mi niñez. Me tuve que mudar siete veces para entender por qué mi mamá presumió con tanto orgullo las quince mudanzas. (Cada año descubro que una siempre termina entendiendo más y más a la mamá).
Por vueltas de la vida me terminé mudando a Mérida en Enero de 2024. Lo hice porque se sentía correcto por fin regresar y acercarme a mi pasado. Ver de frente a aquella chica que fui y ya no recuerdo. Ella no me conoce ni sabe qué pensar de mí. Está vez me mudé con la certeza de que sería la primera vez que viviría sola. Después de años teniendo roomies por fin tendría una probada de lo que sería estar conmigo, a solas. Con esas que llevo a cuestas. Nadie que intervenga ni que interrumpa mi vida diaria. No tener que avisar que llegan visitas, pedir prestados electrodomésticos o soportar ruidos en la madrugada.
“Es demasiado pequeño, Michelle. ¿Estás segura?”
Pude notar que mi hermana no estaba muy de acuerdo con que me quedará en aquel primer departamento pequeño. Al entrar veías de frente un sofá e inmediatamente a la derecha estaba la cocina y una mesa de cristal con tres sillas. Una pared y puerta separaba mi habitación y el único baño que había del resto. Viéndolo de lejos sí era pequeño pero algo me empujó a quedarme en él. No necesitaba tanto en ese entonces.
Vivir sola se convirtió en una prueba, un reto conmigo misma para ver si iba a poder aguantar el silencio y soledad que no venía incluida en la renta. Me sorprendió lo rápido que me adapté. Lo mucho que llegué a querer el silencio.
“Después de mucho tiempo sola te aburres, hija.” Mi mamá, experta en soledad desde hace casi siete años, me advirtió.
No hubo ni un solo minuto de arrepentimiento. Adoré tener un espacio para mí, todo para mí. Poder desvelarme, hacer ruido, cocinar a la hora que yo quisiera, recibir a mis seres queridos que vinieron a visitarme. Así lo pensé al inicio, antes de que mi salud mental declinara a niveles terribles que nunca había conocido. Ahí encontré una esquina de mi cama donde lamerme las heridas. Aquel fue el lugar del colapso y del desborde. Le agarre cariño al piso de la cocina el día en que me quebré, cuando le dije adiós a la persona que más he querido. Esa cama aún tiene manchas de las lágrimas que lloré. Los tiempos más terribles sucedieron a solas.
Entre el silencio y la tristeza, brotó de mi algo que le dio sentido a todo mi dolor. Ahí fue donde comencé esta relación tan nueva y maravillosa con la escritura. Escribir en mi escritorio, la cama, la cocina. En todas partes regué mis palabras que ahora se comen los bichos. Oraciones llenas de amores terribles, confusiones, dolores y sobre todo de enfermedad.
Mi papá llevaba casi diez años desde que el doctor le dijo que el cáncer que roía sus huesos ya no estaba activo. Fueron diez años en los que mi papá gozó de una salud buena. Una década de memorias en donde por primera vez me di cuenta que él ya había envejecido mientras yo estudiaba y hacía mi vida en Puebla. Diez años debajo de la sombra de algo que ninguno de nosotros sabía si regresaría o no. Hace dos años su salud comenzó a presentar complicaciones. Al inicio no eran frecuentes ni nada derivado del monstruo dormido que llevaba dentro. No fue hasta este año donde dos episodios, los peores días de mi vida, ocurrieron. El último episodio lo dejó una semana en el hospital. Los doctores buscaban con jeringas, aspirados y sangre lo que lo dejó sin habla ni movimientos por horas. Pasó una semana hasta que el veredicto final se anunció: El cáncer estaba de regreso.
Todavía no estoy lista para escribir lo que eso me hace sentir. De lo que sí te quiero decir es como me mude por septima vez para acompañar a mi papá con todo mi amor y miedo que su enfermedad me provoca. Con la llegada de la enfermedad me despedí de aquel departamento pequeño. Se necesitaban manos para cuidar de él, para sostenerlo mientras él libra su segunda lucha contra el enemigo. Ahora han pasado días desde que me despedí de aquel lugar donde me convertí en alguien o algo más. Bastaron seis vueltas en carro para llevar mi vida entera a una casa nueva. Todavía no termino de arreglar todo en su lugar porque no se siente real estar aquí. No sé como ser de nuevo tomando en cuenta que yo no vivo con mi papá desde que se separó de mi mamá cuando yo tenía trece años. Van más de 10 años en los que no sé cómo es tener una rutina con él. No sé como voy a reaccionar ante su enfermedad y sus consecuencias. Estoy aterrada pero aquí estoy. Lo hago por amor y con todo el gusto de mundo por una de las personas que mas amo en el mundo.
El día en que terminé de acomodar todo por septima vez me brotó una pregunta: ¿Cuántas veces más voy a tener que brincar de cuarto en cuarto hasta encontrar mi lugar? Siento que estoy comenzando a tener la necesidad de quedarme. De echar raíces. Quiero llegar a casa y sentir que todo lo que está adentro tiene partes de mí. Comprar un escritorio donde escribir y no tener que venderlo para poder irme al siguiente lugar. Tener un anaquel lleno de mis tazas que no se rompen con cada mudanza que hago. Ya no quiero correr, ya me cansé de los cambios. De esto sale una pregunta aún más difícil: ¿Dónde lo hago? ¿Cómo sé cuál es la ciudad que me verá convertirme en futuro? Tengo una idea de donde quiero hacerlo pero falta mucho para llegar ahí. Lo siento muy lejano. Tengo batallas que librar al lado de mi papá.
Hay algo que me tiene profundamente triste. Mis libros ya no tienen un hogar. Han estado conmigo desde hace casi cuatro años, siguiéndome sin preguntarme dónde van a acabar o si van a seguir conmigo en la siguiente parada. Han estado en el suelo, en repisas y libreros. No se quejan de lo que les toca vivir cuando descubren el gran camino por recorrer conmigo. No se cuestionan qué es lo que sigue ni cuanto tiempo estaremos en esta casa. No se quejan del lugar que les tocó. Ojalá yo pudiera ser como ellos. Ojalá pudiera hacer algo más para cuidarlos como ellos me han cuidado a mí.
Tengo casi 300 títulos que han vivido en Puebla, Ciudad de México y ahora Mérida. Tres ciudades y cuatro casas después todavía no encuentran su lugar. No nos hallamos en ciudades con cientos de departamentos y casas que no se sienten correctos. Me da pena no poder darles lo que se merecen. Me da pesar saber que todavía no se cuando vamos a parar. Siento una especie de lealtad hacia ellos. Objetos inanimados que marcan un antes y un después en mi línea del tiempo. Que fueron leídos en momentos clave. ¿Cómo los voy a dejar atrás si me han dado tanto?
Algún día voy a tener ese espacio que tanto anhelo. El viento entrará por la ventana y hará que las cortinas se agiten. El sol entrará mientras yo me hago el desayuno. Habrá plantas por todas partes y el café nunca me va a hacer falta. No me hará falta un escritorio y una pared para dibujar coordenadas que seguir para sacar de mi todas las historias que quiero contar, todo lo que quiero decir. Habrán tazas designadas para mis amigos y quizás, si el universo está de mi lado, el buró izquierdo de mi cama tenga los objetos de alguien que se despierta todos los días a mi lado. Algún día todo por fin se detendrá.
Por ahora solo puedo esperar.
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¡Hola! Estoy de regreso. No sabes cuanto me hacía falta escribirte. Lamento mucho no haber publicado la semana pasada. Entre los quehaceres de la enfermedad de mi papá, mis propios padecimientos y un cumpleaños me fue casi imposible sentarme a escribir hasta ahora. Espero pronto poder estar comoda y adaptarme para poderles seguir escribiendo.
Gracias a cada uno de ustedes que llega hasta aquí. Un abrazo 💖
No hay palabras que describan, lo que tu pluma me hace sentir, eres tan talentosa, siempre logrando que la gente se identifique con tus escritos. Te mando un gran abrazo para ti y tu familia💘
Te mando un abrazo fuerte Mich