¿Se puede crear desde el vacío?
Una y otra vez la pregunta orbita en mi mente. Ahora que estoy sentada en un nuevo suelo, en un lugar distante del pasado, no puedo evitar recordar mis días bajó el sol de aquel sistema solar tan diferente al que hoy habito. Por seis meses fui el cosmos entero. De mi pecho se creaban planetas enteros, llenos de posibilidades. Con los dedos trazaba el firmamento. Acariciaban las estrellas, cada una un sueño distinto. Fui el sol que amó a la luna en su tránsito cercano y lejano a mí. Todo era posible, nada estaba fuera de mi alcance. Magia pura vibraba desde adentro. Lo sentía antes de dormir, cuando solo eramos mis grandes sueños y yo envueltos en polvo sideral.
Las estrellas mueren cuando se consume la energía que hay en su interior. En 600 millones de años nuestro sistema solar se va a terminar y con su fin, el recuerdo del hombre será solo un suspiro. A mí el sol se me murió antes. Las estrellas se hicieron polvo y jamás volví a ver la luna. Ahora solo había oscuridad y silencio. Mucho silencio. De esos que producen un chillido imposible en los oídos. Nadaba y nadaba en el vacío sin encontrar nada. ¿A dónde se fue la luz? Extendía mis dedos y no sentía nada cerca de mí. Flotaba entre los recuerdos de aquellos días en el sol. Quería volver al calor, al amarillo que iluminaba mis días. Los planetas que creé ahora eran grises. El color se retiró de mi firmamento. Lejos estaban los preciosos verdes de los jardínes de mi corazón. No podía hacer otra cosa que no fuera llorar. Llorar por que la luna me quiso y decidió que mi ardor era demasiado. Llorar porque las estrellas no trazaron el camino que con tanto amor yo había labrado con mis propias manos. Me quedé flotando ahí con las manos vacías. El tiempo no existió. No recuerdo otra cosa más que el entumecimiento. Nada.
En un momento que pudo haber pasado horas, días o meses después, vi algo brillante. Después de cierto tiempo, una se acostumbra a las tinieblas. Cualquier cosa diferente asusta e incomoda. Como pude, me acerqué. Ahí, con la extraña falta de gravedad, lentamente se arrastraba un cuaderno y una pluma. Parecían seguir el cauce de una energía antigua que los había llevado a viajar cerca de mí. ¿Qué hago con ellos? ¿Por qué se siente correcta la picazón en mis manos cuando pienso en tomarlos? En un impulso, tomé la pluma y abrí el cuaderno.
Y así, en plena oscuridad, se hizo la luz. Un big bang creativo que nació de una de las noches más oscuras de mi vida. Con la claridad llegó el sonido y con la espacialidad, llegaron las palabras.
Hay muchas razones por las que alguien decide empezar a escribir. Unos sienten el llamado un buen día cuando el amor se despierta en nosotros. Cuando ese océano precioso, profundo y complejo que es la mente humana busca donde extenderse hacia afuera. Otros leen tantos libros que inevitablemente comienzan a sentir esa sensación de pesadez en la mano que te invita a empezar a escribir sus propias historias. Una curiosidad de ver qué puede salir de enfrentarse a una hoja en blanco.
De las cientas de posibles razones, existen también las que comenzamos a escribir para sobrevivir.
Para mi escribir fue un acto de desesperación. Un grito de ayuda para acallar las voces en mi mente. Un intento de arrancar el dolor en mi pecho que me recordaba todos los días que algo ahí se había roto y que no iba a volver a ser igual. Cuando comencé a escribir lo hice en dos proyectos: mi diario personal y mi primera novela de ficción. De alguna forma, el ejercicio de ambos son la razón de que hoy te pueda compartir que durante este fin de semana firmé el primer contrato de mi primera novela con Penguin Random House México.
Extraños son los caminos que inician en desesperación y terminan en esperanza.
Pero antes de las palabras, el futuro, la pluma y el cuaderno existió el vacío. Un silencio interno y externo que lo sentía en todas partes de mi cuerpo. Un espacio muerto entre lo que fue y ya no era más. Mi psicóloga me explicó que fue un cuadro depresivo. Que lo mejor que pude haber hecho por mí fue empezar a escribir. No pude evitar recordar la incomodidad que sentí cuando comencé a hacerlo.
¿Realmente podía salir algo bueno de mi vacío?
Al inicio escribía cartas dirigidas a alguien a quien quise. Por ahí leí una frase que dice algo como “No importa que tú y yo ya no hablemos. Sé como hablar sola.” Yo aprendí a fingir que mis monólogos eran leídos por alguien más. Después, cuando las diferentes etapas del duelo hicieron lo suyo, comencé a escribirme a mí. Por un tiempo se sintió bien contarme cosas como si fuese alguien más. Tal vez le escribía a esa que se murió con el adiós de un sueño y un amor. Con el tiempo empecé a sentirme insatisfecha, un poco inquieta. Escribir en un cuaderno me comenzó a quedar chico. Tenía que escribir algo que se sintiera más grande que mi propio diálogo.
Recordé que tenía una novela a medio escribir. Una historia de amor que llegó a mí un verano del 2022 cuando aún tenía– lo que ahora reconozco como un privilegio– dos meses de vacaciones antes de volver por última vez a la universidad. Ese fue mi primer intento real de crear desde la ficción. Comprobar si era capaz de escribir una novela entera. Construir mundos, darle vida a personas que hasta ese momento solo vivían en mi mente. Está claro que con la llegada del vacío, esa historia quedó abandonada en las profundidades de mi computadora.
Tomar ese cuaderno y esa pluma despertó en mí un hambre voraz. Una necesidad de decir, de romper con el silencio que reinaba a mi alrededor. Dentro de mí era diferente, ahí había una cacofonía. Una mezcla de gritos, súplicas y palabras que no podía decir. Sobre todo, había una historia que contar. Dos personajes que hablaban en mi mente y que me piden que los traiga a la vida. Que su historia debe ser contada y que quieren que yo lo haga.
¿Quién soy yo para decirle que no a una historia de amor?
Con cinismo, nervios e incomodidad comencé a escribir desde cero aquella novela. La esencia era la misma pero ya nada era igual. Mis personajes pensaban distinto pero ahora su alrededor había cambiado de geografía y de forma. Apenas comencé a llenar aquel documento en blanco con lo que mis personajes veían y decían, me di cuenta de algo. Que aún en lo más oscuro de mi corazón, ahí donde la vena está abierta y supuran mis amarguras, se puede encontrar luz.
Uno no tiene por qué esperar a tener las condiciones óptimas para crear. Dicho estado creativo se hace con los medios posibles y con los que se cuenta en el momento. ¿Se puede escribir de amor aún cuando el propio se marchita? Resulta que sí, que sí puedes. Me gusta pensar que mis personajes me escogieron a mí para contar su historia, que algo en mí les hizo escogerme para ser su voz.
Todos los días me sentía una impostora por escribir cuando sentía que no había nada bueno que decir, nada que realmente mostrara el corazón que yo tenía. Que esta dureza no era mía, que era de esta otra mujer que había tomado mi lugar. Con todo e incomodidad seguí. Escribí y escribí hasta que el agua comenzó a aclararse. Trabajé y trabajé hasta que a lo lejos del bosque oscuro donde vivía, comencé a adivinar un campo verde. Todos mis pasos me llevaron hasta la enorme puerta de poder conseguir la preciosa oportunidad de ser leída a nivel mundial.
Se puede crear aún cuando no estás bien. Cuando sientes que no tienes nada bueno que aportar, que solo vas a esparcir oscuridad. Es egoísta pensar que eres la única que está viviendo el fin del mundo como lo conoces. Sanar mientras atraviesas un proceso creativo es posible. Se puede crear algo maravilloso desde el hueco en el pecho. Avanza y no dejes que nada te detenga. Que la tristeza no gane. Como pude me sostuve con uñas y dientes a ese sueño. Estoy cansada desde hace meses, no sé qué es llegar fresca y descansada al trabajo. Me encerré en un departamento pequeño donde frente a mí la historia comenzó a tomar forma. ¿Lo mejor? Es que nada de lo que temía pasó. No fui ridícula ni egoísta por elegir pasar mi tiempo haciendo magia en el teclado.
Lo que en realidad sucedió fue que use mi tristeza, esa desesperación de volver a estar bien como gasolina. Me obligué a escribir, escribir y escribir. Día a día el documento se fue llenando. El trabajo necesario se hizo. Toque puertas y la correcta me abrió la puerta. Todo se hizo mientras el movimiento agitaba mis pedazos. En cada palabra hay sangre de mis heridas.
Todo pasó. El río siguió su cauce y yo lo seguí. Lo que me dolía ahora ya no existe. Solo es una cicatriz que ahora miro con ternura. Que sin esa herida no tendría lo que hoy tengo. Que el dolor era necesario para trascender y volver a aprender a hablar a través del lenguaje escrito.
Y así, en medio del vacío, se hizo la luz.
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¡Hola!
Antes que nada quisiera agradecerte el tiempo de leerme. Jamás voy a superar que elijas regalarme unos minutos de tu día. Poder darme cuenta que no es necesario estar en un estado optimo para empezar a crear inspiró este texto. Espero de corazón que elijas caminar tu tristeza y que encuentres sanación creando. Yo lo hice y ahora todo es mejor de lo que alguna vez lo fue.
Te quiere mucho,
Michelle
(Si te gusta mi contenido, conectemos en otros lugares) ❤️
No sabes la felicidad que sentí de saber que ya habías firmado con una editorial, espero leerte también muy pronto en la novela, y genuinamente es increíble todo lo que una puede hacer aún sin estar en el mejor estado mental 🥹 Te quieto y te abrazo a la distancia Mich 💖 Gracias por seguir escribiendo a pesar de todo
solo me hice la cuenta para leerte y leer a mas personas increibles como tu. leerte es magia, como un abrazo caluroso. nunca, nunca dejes de hacerlo.