Am I allowed to cry?
Una reflexión sobre el imaginario de un amor que pudo ser y que no fue
8:59 pm
Si cierro los ojos y me concentro lo suficiente, me vuelvo viajera del tiempo. Aunque estoy en mi cama acostada, en un segundo me vuelvo etérea y dejo de sentir todo a mi alrededor. Estoy en el limbo de las telarañas del tiempo. Todo es oscuridad y silencio. El miedo no existe porque tengo una idea del lugar al que voy. Hay certeza en el entumecimiento, en la nada. Cuando vuelvo a sentir, sé que ya no estoy en mi cuarto. No es este año ni esta ciudad tan nueva y calurosa que me recibió hace apenas unos meses.
En cambio, siento el frío de las tardes de esa otra ciudad que conozco muy bien. Se que si abro los ojos, estaré en esa habitación que me vio despedirme de los volcanes y cerros que me vieron crecer. También sé que él va a estar ahí. No lo estoy tocando, no siento su piel pero siento su presencia. Hay sábanas a nuestro alrededor. Aún no abro los ojos pero siento la luz que entra por mi ventana. De pronto, lo siento conmigo. Sus manos en mi cintura. Una presencia más grande que la mía me rodea. Mi cabeza está en su pecho y puedo jurar que escuchó música de ahí dentro. Una canción que me sé de memoria, una que él me enseñó a cantar. La letra de una balada que se quedó conmigo, que reconocería en cualquier lugar. No me dice nada pero el silencio se siente cargado de palabras. Un dedo por mi mejilla, yo sonrío adormilada. En este punto de la línea del tiempo todavía nada nos toca. No hay malas decisiones, no hay impulsos, no hay despedidas anticipadas. No hay dolor ni vacío. No dejamos una mancha con nuestras lágrimas aquel día en el que nos dijimos adiós.
El ahora familiar calor me advierte que mi tiempo se acaba. Que no puedo quedarme aquí, que es tiempo de regresar. Uno no puede vivir de recuerdos. Cuando abro los ojos, todo vuelve a como realmente es. Ha pasado más de un año y nada es igual. Yo me quité mi piercing, tú cambiaste la forma en la que te vistes. Los dos hemos visto películas distintas y ya no sé qué canciones nuevas te gustan. Llevamos meses sin saber uno del otro. Las manecillas del reloj se movieron y la vida siguió. Ahora para recordarte, uso mi imaginación. Ahí en el reino de lo inconcluso, de lo terrible, de lo ridículo.
Taylor Swift, una cantante a la que me referiré como poeta en esta ocasión, escribió un álbum sobre un amor como lo que fuimos. De esos explosivos, intensos, recíprocos y efímeros. Hechos para existir pero no para permanecer. Con esa maldad que tiene la vida de enseñarte que lo que quieres existe, que siempre caminó contigo. Una lección sobre el tiempo y la inmadurez de alguien que tiene veinticuatro años.
En uno de los tantos poemas sobre ese amor, está “Guilty as sin”. La poeta nos habla de un amor que es más imaginario que real. Ese punto donde los amantes se permiten preguntas que anhelan contestar. Lo igual de trágico que puede ser quedarse con las preguntas y no tener respuestas. ¿Cómo es sentir su piel? ¿Besar ese lunar en su cuello será la llave a otros mundos? ¿Cómo sonará mi nombre en uno de sus suspiros? La imaginación, amiga y cómplice de los delirios amorosos, te da la piel, el beso y el suspiro.
Para alguien que no tuvo que usar la imaginación para obtener respuestas, me costó el corazón entero poder diferenciar lo que sí pasó y lo que se quedó archivado en un baúl de cosas pendientes. En todo lo que quería hacer y que se vió cortado por las manos de terceros que enhilan su historia y la mía. Que un día decidieron que era suficiente y que ahí debían terminar las cosas. Mis lágrimas las tengo en un gabinete en mi cocina. Unos jarrones con flores llenos de agua que fuimos y qué extraño.
La canción nos plantea una pregunta interesante que no pude evitar relacionar con mi propia historia:
“Am I allowed to cry?”
¿Tengo permitido llorar?
La primera vez que se enuncia, se hace en el primer verso del poema cuando se habla de una canción que alguien envió y que no escucha desde hace un tiempo porque es inevitable pensar en él cuando lo hace. Ella nos cuenta esto en un tono que suena a que nos lo está contando a nosotros, su audiencia. Una conversación con alguien que no tiene ni idea de lo que te roba el sueño por las noches. ¿Estoy viendo visiones de un posible futuro, estoy loca por aún sentirme así, soy mala por lo que hice o solo soy sabia por sentir que esto tiene un significado más profundo?
Es imposible hablar del poema sin hablar del deseo. Todas las personas que hemos querido alguna vez nos hemos preguntado cómo será ese primer beso. ¿Qué será estar contenido y desbordado en un abrazo? Yo pasé noches imaginando el peso de sus manos en mis hombros, en mis caderas. Lugares oscuros y silenciosos donde el deseo habita. Donde lucha por salir del confín de la razón. Ahí en la imaginación todo es posible.
A mí me gusta pensar que yo saqué de mi mente lo que pasó. Que en un arranque de valentía, golpeé al destino y tomé su lugar. Hice que mis manos tuvieran magia y nos hice. Nos puse en ese mismo lugar y hora, aquella tarde frente a todos nuestros amigos cuando los dos supimos que algo se había movido entre nosotros. Con un par de miradas y un labial rojo sembré las primeras semillas de tu curiosidad, de querer verme. Lo hice con la consciencia de alguien que transforma sueños en realidad con facilidad. Y así fue como las preguntas tuvieron respuestas.
Todo fue real. Besos en la boca, en todo el cuerpo. Los suspiros, los temblores. Dos mundos colisionan en el encuentro de caderas de dos personas que bailan por primera vez una danza tan antigua como el mismo mundo. Un universo entero nace en la piel de aquellos que se aman con el cuerpo. Planetas en la unión de los dedos que buscan sujetarse para no morir en aquella pequeña muerte deliciosa.
Las sabanas contienen el eco de sus nombres. Entre ellas se guarda la memoria corporal del otro. Ahí se quedaron los abrazos, la unión de extremidades. Las miradas que contienen promesas y declaraciones de amor dichas con miradas. Ahí dentro, aquí afuera todo es posible. Por primera vez sentí que el mundo podía acabar y que yo no me iba a dar cuenta. Que en los ojos del otro estaba mi nueva patria. La nueva tierra que me había conquistado y por la que pelearía batallas. Que el tiempo me confirmaría lo que yo ya sospechaba. Lo que me hizo detenerme en seco años durante aquella mañana cuando lo vi por primera vez.
Una no puede jugar al destino tanto tiempo. Cuando éste regresó y tomó su lugar, lo hizo con furia. ¿Quién se atrevía a jugar a ser Dios por amor? Quiso sangre y la obtuvo. Todo se terminó en una tarde que juré que terminaría de otra forma. Una pregunta y una respuesta que me arrebató todo. Un adiós y estoy a cientos de kilómetros de distancia. Un último mensaje y jamás volvieron a hablar. ¿A dónde se fue el sol? Puedo jurar que aún siento el peso de tu brazo encima de mi pecho. Aún te escucho cantar desde mis sueños. ¿A dónde te fuiste?
Y ahí, cuando la línea de la memoria y la imaginación colisionan, estamos él y yo. ¿Qué tanto de nosotros me imaginé? ¿Qué tanto de ese cariño fue mío y qué fue tuyo?
El fin fue inevitable. Es una historia que ya fue escrita. Las lágrimas que fluyeron por la pérdida ya se secaron.
En aquel poema, casi al final, se repite la misma frase y pregunta pero ahora se enuncia con más pausas, con más intención. Hay derrota en la voz de nuestra poeta cuando dice:
“He sent me “Downtown Lights”
I haven’t heard it in a while.
Am I allowed to cry?”
¿Se puede llorar por lo que uno se imaginó que pasaría? La pregunta se hace en absoluta derrota, con una profunda tristeza. Un susurro con eco que suena a una pregunta interna y no externa. El diálogo del inicio terminó y ahora ella se cuestiona si aún después de todo se puede seguir llorando. Me fue imposible no verme en esa pregunta. Había pasado demasiado tiempo. Todo lo que podía salir mal, salió mal. Ya comienzo a olvidar el sonido de su voz y aún así hay liquido en mis mejillas. ¿Puedo llorar por algo que murió frente a mí desde hace tiempo?
En algún punto del desencuentro, mi imaginación empezó a tomar tu lugar. Te veía regresando a mí. El tiempo ni la distancia importaron. Los errores se enmendaron. En la historia que me cuento, no nos destruí. Un delirio, un consuelo para aquella chica que perdió el corazón y que todavía no lo encuentra. En ese mundo los dos crecemos juntos, te veo convertirte en lo que sé que serás. Yo tengo mi hilos, mis palabras, mi magia y tú estás de mi mano. No me hace falta una almohada para volver a acostarme en tu pecho. No necesito unos audífonos para escuchar de nuevo tu voz.
¿Puedo llorar por lo que no fue? Por lo que necesitó más tiempo, más ganas, más permanencia. Una habilidad casi premonitoria que se siente en los huesos, en el pecho de que lo que imaginas va a pasar. Que Dios, si es que existe, me castigó por desafiarlo y que ahí nos quedamos en medio de una línea de tiempo que se estiró y rompió marcando con rojo el fin del encuentro de nuestras existencias.
El tiempo prolonga el dolor más tiempo del prudente. ¿Quién elige quién avanza y quién se queda? Cuando uno ya está bien y el otro está eternamente congelado en el tiempo. Donde uno se quedó sentado en el centro de aquella habitación donde ese amor existió.
Un proyector viejo suena en el fondo, una debil luz refleja imágenes que la espectadora recuerda con claridad. En la pared se reproduce una película que solo dos personas saben que existe. Ella sonríe y abraza sus rodillas. Los ve como amigos, los ve caminando entre volcanes. Compartiendo clases, comidas y películas. Ve un concierto, besos robados. Canciones viejas que ambos escuchan juntos. Los ve extrañarse y esperarse. Ve lo bueno y lo malo. Se sabe el final de memoria y aún así, se queda hasta que la cinta se termina.
Tienen meses sin saber del otro. Que aunque no tenga sentido, lo siente cerca. Lo siente de nuevo en las noches. Él le cerró la puerta en enero. Ella borró en febrero las canciones que la hacían pensar en él. Cuando llegó el verano, no quedó rastro de aquellos amigos que jugaron a quererse un ratito. Ya los hilos se han roto.
El foco del reflector se fundió de tanto forzarlo. La cinta se terminó y las imágenes se quemaron. Lo que alguna vez se sintió certero, ahora es olvido. Se lo llevó el viento. Solo queda aquella chica confundida y triste, sentada en el piso frío de su habitación. A su lado hay un cuaderno y un lapicero. En una hoja en blanco escribe la fecha y pregunta desde el hueco en el pecho, donde alguna vez vivió su corazón:
“¿Puedo seguir llorando por lo que no fue?”
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En esta ocasión no tengo mucho qué decir. Escribir este texto tan personal hizo que se me fuera la tinta y que se llenaran cinco hojas de mi diario. La espectadora decide que no tiene por qué ver la pelicula sola. Que aunque hay silencio, siempre habrá cariño. Que con él no puede ser de otra forma.
Gracias por leerme y por tu invaluable tiempo conmigo.
Te piensa mucho,
Michelle.
Mich, debo ser sincera. La curiosidad por saber de tu escritura y tu story en Instagram me trajeron aquí. La verdad estoy muy sorprendida. Me atrapaste en la primera palabra y no pude parar hasta el final.
Debo admitir que, en partes, me he sentido identificada. Me concentré tanto en añosen odiar y castigarme por haber compartido con esa persona que se me olvidó que en algún momento fue el motor de mi felicidad, pero lastimosamente todavía no lo puedo sanar. Gracias por recordármelo y darme una cálida caricia.
No he escuchado a Taylor, más que canciones muy populares de las redes. Pero con tu escrito, voy corriendo a escuchar esta canción. Gracias por compartir tu experiencia.❤️🩹
Que forma tan bella de poner en palabras lo que el corazón no puede contener más, tus palabras hacen que se sienta menos solitario 🫂 abrazos hermana